El Transporte a la Demanda (TD) se acerca a Villavieja los miércoles y jueves laborables. Sale de Ponferrada sobre las 13 horas, tiempo suficiente para poder hacer esta ruta, la número 10 RTDP. En enero ya estuvimos en Villavieja, para hacer el trayecto al revés del Camino de Invierno. Pediremos al conductor del TD que nos deje al final de Villavieja, en donde se abre la plaza de los Camueses, atravesada por el arroyo de Rioferreiros, ya conocido por su mal genio de décadas en décadas, que tampoco es tan fiero salvo cuando se llena de agua. Un día de tantos, pregunté a un parroquiano el significado de Camueses. Se encogió de hombros. Es nudo de comunicaciones: por la derecha continúa el Camino del Invierno hacia Borrenes. Al frente, entre la espesura del bosque de ribera que alimenta el arroyo de Rioferreiros, asciende el camino que lleva a Ferradillo (una ruta que saldrá a mediados del 2022), mítico paraje de los maquis y los lobos que campan por allí entre El Bierzo y La Cabrera.
Villavieja, protegido por el castillo de Cornatel, es un pueblo apacible, atravesado por el arroyo de Rioferreiros. Cuando un pueblo se llama Villavieja es que, sin discusión, su edad es amplia, teniendo en cuenta que cualquier pueblo del entorno no destaca por ser de asentamiento reciente. Tras la fragua y casa horno, primorosamente restaurados, nos sale al paso la Plazuela de los Merayos. Las estadísticas dicen que la población ronda los 10 habitantes. Y uno en especial: Víctor Lobato, más conocido como Rixo. Nacido en Narayola, en el Bierzo Bajo, en la Tierra Seca como la llamaban en el pueblo de Villavieja antes de que el pantano de Bárcena y los canales de regadío obraran el milagro de las manzanas y las peras. En Villavieja, Rixo vive y trabaja, que con pasión viene a ser lo mismo. Desde su taller ha extendido su arte por buena parte de la comarca: Ocero, Voces, o en San Juan de Paluezas. En Priaranza del Bierzo, junto a la N-536, está una de las más apreciadas: Templario en posición de guardia. En la Plaza del Concejo de Columbrianos, se asienta La Campesina, una emotiva talla realizada sobre un olmo centenario, muerto por la grafiosis. En San Juan de Paluezas dirigió la obra Aquilianos: Montes de las Águilas. La lista es amplia y su talento mucho.
Ascendemos por la calle del Tumbeiro. No muy lejos de su casa, el único albergue del Camino de Invierno en El Bierzo. En abril de 2018 se abrió, en las antiguas escuelas, con capacidad para 16 personas. Que yo sepa, es el único abierto (o casi, que ahora todo está líquido y gaseoso) en este primer tramo de este Camino. Aportamos, desde esta web, dos teléfonos: 987 199 350, y en el ayuntamiento de Priaranza del Bierzo: 987 420 806. Sin sentirnos responsables de que al otro lado no digan lo esperado. Pero por llamar no perdemos nada. Como es habitual, nuestros vecinos gallegos han tomado el Camino de Invierno como suyo, aportando dinero y ayuda, mientras aquí sigue siendo el hermano pobre de los trazados jacobeos.
Si hubiéramos seguido por la calle Cornatel nos hubiéramos encontrado con una vagoneta repleta de piedras negras que podrían ser carbón, como si esto fuera Fabero o Torre del Bierzo. ¿Hubo minas en Villavieja? Algo parecido. Hubo canteras de piedra caliza que por medio de vagonetas la conducían a los caleros. Es un aviso pues en breve pasaremos por los restos de dos canteras, abandonadas a su suerte.
La calle del Tumbeiro nos obliga a apretar los músculos, ascendiendo, alejándonos de Villavieja hasta otra ocasión. Un palomar, o lo que queda de él, a la vera derecha del camino. Nunca me habían llamado mucho la atención estas construcciones tan modestas y a la vez cruciales para la supervivencia de las gentes. Servían para criar pichones y palomas para luego ser comidos. Se han inventariado en El Bierzo 120 palomares, de los que 35 están catalogados como meras «ruinas o restos». En las más de 24 rutas de la web, aparecen ejemplos de palomares en muchos pueblos del municipio y alrededores. En Ozuela, Toral de Merayo, San Lorenzo, o este de Villavieja que proporcionaría buen sustento.
A medida que subimos por el pedregoso camino, podremos apreciar el estrecho valle que el pertinaz Rioferreiros labra sin descanso, con las peñas de Ferradillo cerrando la magnífica vista. Con la Peña Recunco y sus 1.242 m que culmina el valle por donde bajaremos. Y podremos imaginar, ayudados por los esquemas de la guía, la traza aproximada de los 3 canales de la vertiente norte de los Aquilianos, el CN-1, el CN-2 y el CN-1 bis, de los que apenas quedan vestigios en su tramo final, casi 2 milenios desde su construcción. Hay que pensar que Las Médulas están a 5 km en línea recta, aunque a los canales aún les quedaban sortear los paredones de piedra y valles cortados por arroyos como el Cabañas o el Isorga, en una tarea que aún hoy deja boquiabiertos por el trabajo fatigoso y no exento de peligros de cortar los lomos de las montañas, como escarificaciones.
Transitar por aquí nos da la mejor visión (me atrevería a decir), de la singular estampa del castillo de Cornatel. Gil y Carrasco lo conocía bien. Debió de verlo en un estado agónico, derrotado, y aún así lo convirtió en un lugar cumbre en su novela, la más destacada del Romanticismo español. «El comendador Saldaña lanzó al Conde de Lemos hacia el abismo del arroyo de Rioferreiros. El desgraciado se detuvo en un matorral de encina, pero continuó rodando, hasta que ensangrentado y horriblemente mutilado fue a parar al arroyo.» No es difícil pensar, al recorrerlo en la actualidad en que alguien, amigo o enemigo, cayera por los 180 metros de caída casi vertical, sin opción a salvar la vida, como el malvado Conde, quizá el menos estereotipado de la obra. Recuerdo recorrerlo tres décadas atrás, dejado a su suerte, con el abismo sin proteger. Felizmente restaurado y señalizado, todo en él es una apasionante visita. Y por encima de todo, la zona denominada Casa Colgada, un acierto de vértigo. Quizá nos demoremos de más contemplando el castillo, que fue castro, luego morada de los romanos, azotado por los Irmandiños y hasta posible morada del Santo Grial. No pasa nada, tenemos tiempo. En el precipicio que forma la antigua cantera, se halla la entrada a la cueva de Cornatel: El Despeñadero, solo accesible para gente experta y bien pertrechada. Un grupo de espeleología berciano se adentra cada año en la cueva para colocar un belén.
En un cruce amplio tomamos el ramal de la derecha. Es un mirador hacia el este, hacia El Modorro, el collado El Matón y la Peña Otadeira. Tras ellos, el valle que ha esculpido el arroyo de Rimor. En estos montes de Rimor, Santa Lucía y adyacentes, se llevan cazando ciervos, corzos y jabalíes desde el siglo XIV por los poderosos de aquella época. Y osos, la pieza más codiciada. En el Libro de la Montería (siglo XIV) ya citan estos dominios y recomendaban «tañir cuatro veces si oso comunal y cinco si oso grande. Dos si jabalí pequeño y tres si grande. Mandar ocho a diez perros para oso y de cuatro a seis para jabalí.» Sería difícil, pero no imposible, el ver uno de los diez osos que alguna fuente afirma campan por los montes Aquilianos y la Maragatería.
El camino es ya una delicia, con un desnivel agradable, entre robles y encinas. En El Serro (o Valilongo), que domina el entorno con sus 978 m, aún son visibles antiguas canteras de piedra caliza, heridas de riquezas efímeras. La siguiente bifurcación nos ofrece ascender a Ferradillo, por Los Llanos. Pero elegimos el ramal de la izquierda, que desciende por el Valle del Recunco, que toma el nombre de la peña del mismo nombre. Este Camino del Agua da de beber a Priaranza del Bierzo, descendiendo a través del hermoso soto de castaños de Pantigoso, recogiendo las aguas que manan del cinturón de los Aquilianos. También nombrado como Pantigosos, en tiempos muy lejanos estuvo habitado: algún resto debe de quedar, una aguja en un pajar. Pantigoso es un soto enorme, un castañar de una belleza cautivadora. Una luminosa mañana de noviembre de 2020 me topé con un tractor y un hombre sentado en el remolque, comiendo algo en la tranquilidad del soto. Era Amadeo Gómez, un hombre de unos 65 años, enjuto, vestido con unos vaqueros desgastados por el uso y un cinturón de cuero para las lumbares. Saludé parándome a unos metros. Entonces iniciamos una cordial charla. Como soy de natural curioso, le fui soltando preguntas que él respondía de buen grado (a veces parezco un comisario). Así descubrí que aquel paraje se llamaba Soto de Pantigoso, que el collado El Matón le dice La Villeira, y cerca Las Escabanas. Me fascinan los topónimos de los pueblos, que llevan tal vez cientos de años pasando de generación en generación, informando a aquellos que saben entender. Siguiendo el hilo, bajó del tractor para darme una lección magistral de su trabajo en el soto de castaños. Se le veía feliz trabajando en sus castaños. Y digo suyos pues hasta estaban marcados con sus iniciales: A y G.Me habló de la cantera caliza por la que había pasado. Había un teleférico que iba de las canteras (no sé de cual específicamente) al calero de Rioferreiros. Ha de haber, pues, algún resto de torreta metálica de la estructura o algo similar. l
«Me gusta venir al Soto a pasar las horas, mejor que estar en el bar o en la huerta prefiero estar aquí». En noviembre, con todo cubierto de hojas, en un otoño espléndido, con la luz dorada que en El Bierzo casi es sello de calidad, los sotos se llenan de un aura y un misticismo que atrapan. Le comprendí. «Este año la castaña se está pagando bastante bien, sobre 1,85 € el kilo, cuando otras veces apenas daban 1 euro. Mira, una persona sola puede apañar 100 kilos al día ¡100 euros mínimo!, ¿quién gana 100 euros en un día?» argumentó con más razón que un santo como Genadio. Rodeó uno de los castaños que estaba preparando para el invierno. Me explicó lo que era un castaño bravo, que apenas dan productividad con la castaña muy pequeña. De ahí los injertos y las podas. «Últimamente he notado que hay mucho bicho. El otro día corté una nogal y debajo de la corteza era todo bichos y bichos, algo que no sucedía antes.» Me confesó que días atrás había visto como salían un montón de crías de la avispa Torymus, qué es la que se va a encargar de aniquilar a la avispilla del castaño. Esta llegó de China en 2006, para convertirse en la peor plaga actual del castaño en Europa. En estos montes, y en buena parte de la comarca, se ha soltado un parásito, el Torymuss sinensis, otra avispa también de origen chino, y que es su principal depredador. Carteles pegados aquí y allí lo anuncian. Parece que todo va bien pero habrá que esperar más de 5 años para comprobar su efectividad. Sería una tragedia perder a los castaños, que nos han dado la vida, más que el oro, más que el carbón, en tiempos de pura supervivencia. Podría haber estado hablando con Amadeo toda la tarde pero debía seguir mi camino. «En Priaranza llegó a haber 7 bares y un cine, dónde está ahora el Ayuntamiento». Al despedirnos, sin estrechar la mano por el virus que también vino de China (¿nunca es al revés?), me dijo que me acercará cuando quisiera por Priaranza a tomar un vino.
¡Loop, loop, loop! ¿Qué son esos sonidos tan extraños que parecen salir de la tierra? Es el agua que, en su camino hacia Priaranza, origina estos sonidos un tanto inquietantes. El que avisa... Precisamente, junto a la potabilizadora solar, el camino vuelve a ascender para atravesar el paraje de La Peralía, donde los castaños se suceden, en dirección al soto de Villalibre de la Jurisdicción que hace migas con el de Rimor. Un antiguo calero, heridas en la tierra que cicatrizan mal, y el camino se pone más pindio, algo cabezón, como si no quisiera ser conquistado. Delicadas señales, hechas en pizarra, nos dicen que para el Columpio de la Mata de las Mozas vamos bien, aunque algo trabados por el esfuerzo. Con alegría, el ancho camino de subida se abre en la Mata de las Mozas. Decir que hay un columpio es quedarse corto: es mucho más. El Columpio de la Mata de las Mozas es una encomiable iniciativa creada en el 2021 por Alberto Regueras y se ubica entre los sotos de Priaranza del Bierzo, Villalibre de la Jurisdicción y Rimor. Es un regalo que Alberto le hizo a su madre por sus años de esfuerzos y desvelos tras sacar a su familia adelante, al enviudar muy joven, contando Alberto con solamente 4 años.Se completa con una caseta de madera y un palo selfie para sacar mejores fotos. Pero Alberto no ha parado en su empeño por engalanar el entorno. Se han añadido una mesa, una cabaña, una sonriente pareja, un carro tirado por un caballo, todo con la madera del soto. La lista no acaba aquí y, a buen seguro, con paciencia y determinación, Alberto irá sumando detalles. También, al despejar esta parte del soto, se ha formado un excelente mirador. ¿Cuánto han tenido que poner el ayuntamiento de Ponferrada o el de Priaranza? ¿O la Dipuleón? Hasta lo que yo sé N-A-D-A. Alberto lo ha hecho porque ha podido, porque ha querido y porque le ha dado la gana. Me quito la gorra. La admirable obra de A. Regueras no se ha parado en el columpio y su entorno. Mediado el camino (desde o hasta Rimor), se nos ofrecen dos opciones que no hay que dejar pasar, dos miradores de fácil acceso. Uno llamado de la Mirador de la Peña Fervera. Son 260 metros desde el camino principal, un paseo de 5 minutos que nos ofrece una panorámica de Rimor y los sotos de los cerros de La Mallada y El Cabezo. El otro lleva el nombre de Mirador de Mirando al Gato. Tras atravesar el paraje de La Golea, por Santo Estuevo (la cima de un pequeño cerro donde aparecieron tumbas de lajas de pizarra) se accede a Mirando al Gato (el Mirando es un paraje por encima de Villalibre de la Jurisdicción), un precioso lugar que regala una panorámica de este a oeste de la comarca berciana.
Avanzamos ahora por el soto de Rimor, un enorme bosque que culmina en El Modorro, con la mirada puesta en la Peña Otadeira y la humedad que exhala La Güeira, donde nace el arroyo de Rimor. Cientos de años atrás, ya los monjes del monasterio de San Pedro de Montes compraban madera de este soto por la calidad de sus castaños, de los que salían vigas casi eternas, que solo el fuego.
Rimor va apareciendo poco a poco entre la vegetación, entre los árboles que darán buen fruto, bajo la protección del Cerro del Cabezo. Quien me siga en este blog ya sabrá de la buena rosca que venden en la Panadería Colmado Aurora (pregunta por Tita, la del Colmado). Y lo sorprendente de encontrar una tienda de ultramarinos abierta en un pueblo tan pequeño, y en los tiempos que corren, no sabemos hacia dónde. Iglesia de San Jorge, con su cementerio y su evónimo; y las letras que le dedica Valentín Carrera, ese berciano galaico y antártico, cuando de niño jugaba en el Día de Difuntos con calaveras. No estaremos cansados pero un buen trago de agua de la fuente junto a la ermita del Santo Cristo nos vendrá como el mejor reconstituyente. De la Fluvius Mouro nada menos.
A partir de aquí, y en menos de media hora de suave descenso, por la Vega de Rimor, llegaremos a Toral de Merayo.
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